—Discúlpeme hermosa dama, pero al verla no resistí la tentación de acercarme a usted...
—Gracias —responde ella— ¿pero puede decirme que lo motivo para hablarme?
—Su belleza, su elegancia, su porte...
—Gracias de nuevo, pero no soy la única mujer aquí...—dice ella con fina coquetería.
—Es cierto, pero ninguna tiene ese toque de distinción suyo que la hace tan especial. Por ejemplo mire aquella chica que está frente a nosotros: es bonita, pero tiene cara de meretriz...
—¿La chica de rojo? ella es mi prima...
—No, no me refiero a ella sino a la que está su lado — corrige el hombre avergonzado.
—¿La de azul? ella es mi hermana...
—No, ella tampoco, la otra, la que tiene cara de p#+@... —rectifica el hombre apunto del colapso nervioso.
—Ah, ¿la de verde? ella es mi madre...
El hombre deja caer su cara pesadamente sobre la mesa, golpea con el puño y se rasca la cabeza mientras repite:
—No puede ser... no puede ser...
—Si puede ser... mira mi tarjeta: allí trabajamos las cuatro ...
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